martes, 18 de octubre de 2016

POR QUÉ DAMNATIO MEMORIAE (y III)

CONTRA LA MEMORIA

Contra la memoria (Debate, 2012).
Desde su publicación en 2012 Contra la memoria [1] se ha convertido en uno de los más lúcidos alegatos contra la llamada «memoria histórica». Su autor, el  periodista y analista judío estadounidense David Rieff, reflexiona sobre el peligro que supone que ciertas elites políticas e ideológicas se inmiscuyan en la elaboración del discurso histórico. Por eso, Rieff establece una distinción entre dos conceptos que -con buen criterio- considera antagónicos:

1) Por un lado, la «memoria histórica», que sería un adulterado producto político-mediático, artificial y acientífico, creado a partir de la selección, sacralización y mitificación de determinados hechos históricos. Para Rieff, la «memoria histórica» es una ficción que busca condicionar la psicología de la población, y cuyo fin no es dar a conocer la Verdad, sino «hacer justicia» (sic).

El autor afirma que esta mitificación del pasado es algo pernicioso porque la rememoración o exaltación de determinados «recuerdos colectivos» puede servir para alimentar el rencor y los deseos de venganza entre individuos y pueblos; pero también porque, en ocasiones, al tomar rango de ley y tener como prinicpal objetivo teórico el resarcir a las víctimas de determinado periodo histórico, éstas tienden a creerse legalmente amparadas para llevar a cabo cualquier tipo de acción y a situarse moralmente por encima de otras víctimas (en palabras de Rieff, «no hay nada más socialmente incontrolable y, por ende, más peligroso políticamente que un pueblo que se tiene a sí mismo por víctima» o «las víctimas de hoy son, muy probablemente, los victimarios de mañana» [2]).

2) Por otro lado, la «Historia» propiamente dicha, que sería una disciplina científica con pretensiones totalmente asépticas y cuyo fruto normalmente no va mucho más allá de las cátedras y academias donde ha sido concebido.

Hasta aquí nada que objetar. Estoy plenamente de acuerdo con Rieff y sus reflexiones me parecen muy acertadas y perfectamente reconocibles en la situación que se ha generado en España a lo largo de la última década a raíz de la promulgación de la Ley de Memoria Histórica (en adelante LMH). Sin embargo, considero que su análisis adolece de cierta miopía, sobre todo en lo que respecta a dos de sus aseveraciones:

- Rieff mantiene que una colectividad humana que mantenga determinados «recuerdos comunes» puede desviarse con relativa facilidad hacia actitudes nacionalistas, xenófobas y, en útima instancia, genocidas. Por ello, y como moraleja final de su obra, propone que todos los pueblos olviden o limiten sus «recuerdos colectivos» para evitar así caer en el «peligro del nacionalismo», poder seguir adelante y «ser verdaderamente libres».

- Por otro lado, Rieff infravalora la utilidad práctica de la historia (relato).

Aunque el liberalismo ha pretendido reducir los vínculos humanos a un mero «contrato social», es un hecho que la historia (relato) y la «conciencia de un pasado común» son el principal pilar en torno al que se edifica la identidad nacional y cultural de cualquier colectividad humana, sea ésta una tribu del África profunda, o una compleja sociedad postindustrial. Un pueblo es un pueblo en tanto en cuanto mantiene la conciencia de serlo. Si bien con matices, esta conciencia está fundamentada en una serie de rasgos comunes a un determinado número de individuos (grande o pequeño), cualidades básicamente de carácter lingüístico y cultural, pero sobre todo en la percepción de un pasado común, la percepción de ser el producto natural de un proceso histórico singular.

A mi entender, Rieff lleva al extremo su teorización sobre los efectos negativos de la preservación de recuerdos, pues no calcula que las consecuencias del olvido voluntario de ciertos hechos de la historia (y no sólo de los mitificados), paradójicamente podrían generar otro tipo de disputas. Un olvido demasiado «intenso» puede resquebrajar la mismísima identidad nacional de un pueblo, degenerar en un conflicto de tipo civil, y/o ser aprovechado por terceros para sacar un beneficio fácil. Igualmente podríamos aplicar la expresión de George Santayana de que «aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo» [3].

No me queda claro si cuando Rieff promueve la limitación o el olvido de esa «memoria colectiva»,  está apostando delicadamente por la disolución de las identidades nacionales. ¿O acaso no es consciente de que eso es lo que puede ocurrir y, de hecho, ya está ocurriendo en buena parte de los países occidentales?

Rieff centra sus temores casi exclusivamente en el nacionalismo, como si todas las guerras y desgracias humanas fuesen culpa de este difuso ideal político. Olvida que la mitificación de la historia puede servir, además de a posturas nacionalistas extremas, a otras ideologías que, potencial y objetivamente, pueden sufrir el mismo proceso de radicalización y llegar a ser igual de dañinas y excluyentes; hay «memorias históricas» que pueden ser utilizadas para respaldar modelos sociales multiculturalistas o políticas ultrainmigracionistas, otras para argumentar movimientos revolucionarios y otras para justificar doctrinas imperialistas, mundialistas o internacionalistas, por poner sólo unos ejemplos. En el caso de España pueden servir y sirve para dividir maniqueamente a un mismo pueblo en buenos y malos, santos y demonios, demócratas y fascistas, no en función de hechos objetivos, sino del grado de legitimidad moral que se haya adjudicado por ley a una ideología o a una tesis histórica.

En este sentido, Rieff disimula que conceptos como los de libertad, igualdad, fraternidad, democracia o paz, entre otros, han sido igualmente mitificados y sacralizados desde el poder hasta el punto de convertirlos en la base de una nueva y auténtica religión civil incuestionable, en cuyo nombre se han iniciado no pocas guerras, mentido a la población, y masacrado a miles de inocentes (¿realmente hace falta poner ejemplos?) ¿Acaso hemos entonces de renegar también de las ideas de libertad, igualdad o democracia?

En mi modesta opinión, así como los conceptos de libertad y democracia no tienen por qué identificarse sistemáticamente con «guerras preventivas» o con «guerras de liberación», la identidad y la conciencia de un pasado común de un pueblo pueden -y suelen ser- sanas, por lo que a todas luces es tendencioso que, de forma reduccionista y casi caricaturesca, se las identifique de forma sistemática con la antesala de guerras étnicas y con genocidios.

En definitiva, Rieff ignora que la historia cumple una importante función social, cultural y política, pues es trascendental para la formación humana e integral de los individuos, imprescindible para que éstos definan su identidad personal y su identidad colectiva como parte de grupos sociales superiores, básica para que los individuos desarrollen un espíritu crítico auténtico, fundamental para la incorporación de las nuevas generaciones a la sociedad, indispensable para la correcta integración de los inmigrantes, etc.

Como fuere, es el de Rieff un libro tan indispensable como denso, a pesar de su brevedad.

DAMNATIONES POSMODERNAS.

Pero volvamos al hilo general del artículo y a las damnationes memoriae. Hay que ser prudente a la hora de identificar este tipo de prácticas en el mundo contemporáneo porque no siempre es una damnatio todo lo que los medios de comunicación describen alegremente como tal [4], sino que, como ya he indicado más arriba, lo que la define precisamente -hoy como ayer- es su carácter de ley y su espíritu autoritario; debe quedar claro que la condena nace de la autoridad, que nace del propio Estado. Así, aunque algunos periodistas lo usan como ejemplo para ilustrar a sus lectores sobre tan antigua actividad, cuando en el año 2003, tras la victoria del Ejército de EEUU en la operación Libertad Iraquí, los bagdadís derribaron a las bravas la estatua de Saddam Hussein sita en la plaza Firdos de la capital mesopotámica, no estaban incurriendo en un acto de damnatio, pues éste fue un episodio de cólera popular (más o menos espontáneo, ya que los civiles iraquíes fueron debidamente auxiliados por tanques americanos) y no consecuencia de una firme sentencia política con carácter de ley que exigiera la destrucción sistemática de todo lo que recordara al depuesto dictador árabe.

En esta línea, tampoco podemos considerar como «condenas de la memoria» ni la destrucción pública de murales y retratos del presidente Bashar al-Assad por parte de los rebeldes islamistas durante la actual Guerra Civil Siria (2011-), ni el derribo masivo de las decenas de estatuas de Lenin que aún permanecían en pie en Ucrania hasta la Revolución de Maidán (2014-2015).

El famoso  'photochov' soviético.
Por el contrario, sí se acerca más al modelo de damnatio el caso de Egipto, pues fue el Gobierno Provisional, impuesto durante la «primavera árabe» tras el derrocamiento de Hosni Mubarak en mayo de 2011, quien determinó la retirada y destrucción de todos los monumentos y el cambio de nominación de aquellas calles dedicadas al exdictador y a su mujer [5], aunque los condenados aún vivieran en el momento del decreto.

Pero entre los Estados modernos, el más prolijo y meticuloso en este tipo de acciones fue el imperio soviético. Ya en 1918 Lenin inició una serie de medidas que pretendían hacer desaparecer todos los vestigios de la Rusia zarista para afianzar así el éxito revolucionario. Además de derribar estatuas, de cambiar el nombre de calles, distritos y ciudades, además de demoler miles de iglesias y de fusilar y hacer desaparecer a los últimos Romanov, la más delirante de todas las medidas fue el juicio que los bolcheviques iniciaron contra el mismísimo Dios, Quien fue encontrado culpable de todos los males que acechaban a la Humanidad y por ello ajusticiado al amanecer por un pelotón de fusileros del Ejército Rojo, que ejecutaron la sentencia disparando sus armas contra el cielo [6]. Por su parte, Stalin ordenó suprimir todo recuerdo del conocido «socialfascista» Trotski, al que finalmente tuvieron que clavar un piolet en el cráneo para que dejara de incordiarles. Igualmente, el «padrecito» fue responsable del caso más visible de damnatio soviética, al mandar que se borrara la imagen del purgado Director del NKVD, Nikolái Yezhov, de una comprometida fotografía en la que éste aparecía paseando junto a Voroshilov, Molotov y al propio «zar rojo».

Sin embargo, probablemente lo más parecido a una «destrucción de la memoria» masiva que ha conocido el mundo moderno es consecuencia directa de algunas leyes europeas posteriores a 1945. Ya desde esta fecha, las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial dictaron qué se debía recordar sobre el conflicto y la preguerra, y qué se debía olvidar; qué era investigable por los historiadores, y qué -de hacerlo- podía ocasionar la muerte profesional del estudioso. Estas leyes, que buscaban la «desnazificación» de Alemania y la «desfascistización» de Italia y otros países europeos, recogían la prohibición de símbolos y partidos, la destrucción de monumentos y santuarios, la retirada y ocultación de literatura y documentos, la demonización de las ideas derrotadas y, finalmente, la persecución de los militantes y simpatizantes de estos movimientos políticos. De facto fue esta legislación de posguerra la que permitió que en Italia y Francia [7] cientos de miles de personas fuesen ejecutadas de forma sumaria entre 1943 y 1950, en un brutal genocidio ideológico del que hoy apenas se escribe (quizá porque ya se encargaron los vencedores de excluir el motivo ideológico de la propia definición de genocidio).

Y es que, paradójicamente, las democracias occidentales han convertido la damnatio en una efectiva técnica de «ingeniería social», en un medio para el control y condicionamiento de la población, y en un recurso primordial para la defensa del sistema y la imposición de determinados valores y modelos culturales. Aunque sus métodos son mucho más sutiles y «orwellianos», propios del mundo hipertecnificado de hoy, el objetivo es similar al que se buscaba en la antigua Roma: desprestigiar y olvidar al crítico y disidente, promocionando al servicial y complaciente; dictar qué, quién y cómo debe ser recordado, y qué y quién debe ser postergado.

En cambio, rara vez los Estados liberales necesitan recurrir a una condena penal contra un intelectual impertinente. Antes de llegar a ese punto se da un pulido proceso de depuración que permite acabar con el disidente sin manchar la imagen del propio «sistema democrático». Este sutil pero eficacísimo proceso sigue casi siempre un mismo patrón de desarrollo que ya ha sido bien estudiado [8]. Éste tiene como objetivo lograr el desprestigio público y el menosprecio profesional del encausado; un método inquisitorial que exige, al menos, la complicidad activa de una pequeña parte de los colegas del condenado -trepas afines al poder-, y la complicidad pasiva de otros -caguetas practicantes de la autocensura-.

Logotipo de INGSOC, término neolingüístico aparecido en 1984 (Orwell, 1949).
Hoy, en la era de la sobreinformación y los mil medios de comunicación, el silencio mediático es el equivalente posmoderno a la antigua damnatio memoriae. Al igual que en el antiguo Egipto quién carecía de nombre no existía, lo que en el siglo XXI no sale en los medios de comunicación de masas tampoco existe para una mayoría de la población, la cual, víctima de un inducido alzheimer colectivo, cree que la realidad se emite en TDT. Y allí donde la sordina de los medios no funciona, o donde la demonización del disidente pierde efecto, entra en funcionamiento la represiva legislación de aquellos Estados que han ido incorporando a su código penal el ambiguo delito de «crímenes de odio». No niego que existan «crímenes de odio», ni que éstos deban ser castigados; afirmo que la línea que separa un verdadero «crimen de odio» de un «crimen de pensamiento» es tan sutil, y la legislación encargada de regularlo está elaborada de forma tan ambigua, que da la sensación que no está hecha tanto para reprimir a los primeros como para hacerlo con aquellos que se atrevan a poner en cuestión los cimientos filosófico-históricos más profundos del «sistema».

Así, una damnatio posmoderna es que, setenta años después de acabada la Segunda Guerra Mundial, haya fiscales que continúen persiguiendo a nazis nonagenarios, pero que en Europa occidental apenas haya investigaciones sobre los crímenes soviéticos o maoístas, cuantitativamente bastante mayores y humanamente, al menos, igual de aberrantes.

Damnatio es que un investigador -profesional o aficionado- pueda acabar unos años a la sombra por negar la existencia del archiconocido y megafilmado Holocausto, y, en cambio, el Holodomor («Gran Hambruna»), en el que fueron asesinados por los bolcheviques no menos de 7 millones de ucranianos en el invierno de 1932-33; el genocidio asirio (750.000 cristianos muertos), el genocidio armenio (1 millón de cristianos armenios asesinados) y el exterminio de los griegos del Ponto (más de 500.000 griegos exterminados), todos ellos a manos turcas, no sean conocidos por el gran público y puedan ser impunemente NEGADOS no sólo por investigadores, sino incluso por Estados reconocidos como «democráticos» por la comunidad internacional.

Damnatio es que un investigador pueda recibir una condena o una multa millonaria por rebajar la cantidad total de víctimas de la infausta Shoah, al tiempo que otro recibe un premio por reducir drásticamente el número de muertos ocasionados por los innecesarios bombardeos de Dresde [9]. 

Damnatio es que las propias leyes alemanas entorpezcan la realización de estudios serios sobre las violaciones masivas de mujeres y niñas alemanas a manos de las tropas soviéticas durante los últimos meses de la guerra y en la posguerra, o sobre el paradero de casi un millón de prisioneros de guerra alemanes que desaparecieron tras la contienda mientras estaban bajo la custodia de Dwight Eisenhower [10] -héroe de guerra, comandante de las tropas americanas en la Alemania de posguerra, y trigésimo cuarto presidente de los EEUU-.  

DAMNATIONES CARPETOVETONICAS.

En España damnatio es elaborar una retorcida LMH que, so pretexto de «hacer justicia» con los derrotados en la Guerra Civil, tras ochenta años de esfuerzos por superar tan desgarrador conflicto, vuelve a dividir a la sociedad española en buenos (izquierda) y malos (derecha).

Suplantación de la Calle Millán-Astray en Madrid.
Desde un punto de vista escrupulosamente democrático, sin duda es justo que, si los familiares y descendientes así lo desean, se ponga en marcha la búsqueda y recuperación de los cuerpos de aquellas víctimas de la guerra y la posguerra que aún permanecen desaparecidos, como también es comprensible que las víctimas de la dictadura tengan algún tipo de reconocimiento. Pero si al mismo tiempo que se hace esto no se enseña a los jóvenes que también hubo decenas de miles de inocentes asesinados a manos de las «izquierdas» (y no se enseña); si al mismo tiempo se niega que muchos de los ajusticiados durante los primeros años del franquismo fueron a su vez victimarios que habrían sido considerados criminales de guerra según los principios jurídicos aplicados en Núremberg (y se niega); si al mismo tiempo se impone una visión idílica de la II República como una «Arcadia feliz» cuya inevitable evolución hacia la consecución de un paraíso terrenal sólo fue detenida por la acción de un grupo de militares cafres (y se impone); si al mismo tiempo se silencia el golpe de Estado dado por las organizaciones de izquierdas y los separatistas catalanes en octubre de 1934 (y se silencia); si al mismo tiempo se oculta la represión llevada a cabo por las fuerzas del Frente Popular desde febrero del año 1936 (y se oculta); si al mismo tiempo no se admite que los comunistas de los años 1930 no eran demócratas, sino fieles servidores de uno de los mayores asesinos de la historia de la Humanidad (y no se admite), entonces se estará contribuyendo a agrandar la damnatio memoriae sobre la Guerra Civil española y su posguerra. No se estará haciendo justicia, ni Historia, sino venganza y propaganda; no se estará buscando la reconciliación de los españoles, sino envenenando a las nuevas generaciones, que tendrán una visión tuerta y viciada de su propio pasado.

Lo que hace de la LMH una mala ley es su sectarismo, pues da respaldo legal a numerosas asociaciones extremistas y claramente revanchistas, que pretenden reescribir nuestra historia arrasando con parte de nuestro patrimonio histórico y nuestro callejero. Estos grupos, amparados por la LMH, exigen que se retiren monumentos, símbolos y placas de la vía pública (y privada [11]), así como que se cambie el nombre a todas aquellas calles o plazas dedicadas a personajes históricos que fueron -según ellos- «ilustres franquistas», pues lo contrario -dicen- es una humillación a las víctimas de la dictadura. Y si las autoridades no actúan con la suficiente celeridad, entran en acción las cuadrillas de chungos justicieros [12].

Que la indigencia moral de algunos sólo es superada por su  mugre intelectual queda demostrado cuando se comprueba que en esta «damnatio callejera» algunos pretenden incluir a personajes que murieron antes de la propia Guerra Civil, a otros que fueron víctimas de la propia represión «republicana», así como a numerosas celebridades a las que se les dedicó una calle no por ser «ilustres franquistas», sino por ser ilustres en sus respectivas profesiones durante el franquismo. Gran pecado, sin duda en España es, el llegar a ser un gran poeta, dramaturgo, músico o pintor y no ser de izquierdas. Así, nos encontramos que entre los candidatos a perder sus calles y plazas se encuentran tan egregios personajes como Santiago Bernabéu, José Calvo Sotelo, Juan de la Cierva, Salvador Dalí, Gerardo Diego, Agustín de Foxá, Ramón Gómez de la Serna, Enrique Jardiel Poncela, Manuel Machado, Ramiro de Maeztu, Manolete, Miguel Mihura, Pedro Muñoz Seca, Eugenio D'Ors, José María Pemán, Josep Pla y Joaquín Turina. Casi nada.

Mención aparte merece la polémica sobre el caso de la calle dedicada al general Millán-Astray en Madrid. En 1927 (¡cuatro años antes de la proclamación de la II República y nueve antes del inicio de la Guerra Civil!) el Ayuntamiento de Madrid decidió dedicarle una plaza a este novelesco militar en reconocimiento de su participación en la Guerra de Filipinas (1898) y por ser el fundador de la Legión Española (1921), unidad militar profesional cuya participación en la Guerra del Rif (1921-1927) permitió acabar con tan enquistado e impopular conflicto. Pero en 1932, un año después de la llegada de la República, los socialistas decidieron renombrar la plaza con el nombre de su fundador, Pablo Iglesias. En 1969, quince años después de muerto, el entonces alcalde de la capital, Carlos Arias Navarro, decidió restituir los honores del general dedicándole la calle que hoy lleva su nombre.

Los «hooligans» de la LMH argumentan que el fundador de la Legión tuvo un papel relevante durante la dictadura franquista. La verdad, pese a quien pese, es muy distinta. El general Millán-Astray se expatrió de España en 1931. Durante los años que duró su exilio viajó por el Nuevo Mundo conferenciando y visitando diversas academias militares, entre ellas la prestigiosa West Point. De hecho, ni siquiera participó en la preparación del levantamiento del 17 de Julio de 1936, pues en esa fecha se encontraba en Argentina. Aunque volvió a España y se sumó al golpe contra el Frente Popular, tuvo un papel muy secundario en el mismo, en la guerra y en la posterior dictadura. Mutilado, no participó en acciones bélicas, y su actividad se redujo a ser Jefe de Prensa y Propaganda tan sólo hasta el año 1942, cuando se volvió a exiliar, esta vez impelido por no saberse controlar en las cosas del querer. Su mayor pecado en este periodo fue tener un controvertido incidente con Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca, en la que el general clamó contra la inteligencia, en alusión a la «intelectualidad traidora» que, como Don Miguel, sólo se comprometía a medias con el gobierno rebelde. Y ahí acaba su papel en el franquismo. ¿Cuántos personajes con tan corto y humilde bagaje al servicio del franquismo han recibido el honor de que le dedicaran el nombre de una calle? Ninguno, porque la razón de tal dedicatoria al general es otra mucho más importante y antigua: el ser el fundador de la Legión Española.

Que algunos de los encargados de hacer cumplir la LMH son unos peligrosos sectarios lo demuestra su negativa a modificar el nombre de la calle en cuestión, no por el provocador de «Calle de la Inteligencia», sino por el de «Calle Millán Astray - Fundador de la Legión», que fue propuesto por la Hermandad de Caballeros Legionarios para evidenciar cuáles son los motivos reales de la dedicatoria y desvincular al personaje de la dictadura franquista (tal y como se ha hecho con el caso de la «Calle del Aviador Zorita», primer piloto español en traspasar la barrera del sonido) y de paso ahorrar unas cuantas molestias y euros a los vecinos y comerciantes en ella empadronados.

El General Millán Astray, fundador de la Legión Española.
Que algunos de los encargados de hacer cumplir la LMH son unos ignorantes supremos (o unos cínicos) lo prueba su total desconocimiento del callejero europeo. Suelen argüir estos demócratas de quincalla que «lo que pasa en España con las calles franquistas no pasa en ninguna democracia del mundo» y que «en Italia no hay calles ni monumentos que homenajeen a fascistas, ni en Alemania a los nazis». Pero en esto también vuelven desbarrar. Basta con bichear un rato por Google Maps para descubrir que en Alemania hay varias «Erwin Rommel Strasse»; sí, Rommel, el «zorro del desierto», uno de los mayores y más populares generales alemanes de la Segunda Guerra Mundial, y, según algunos especialistas en historia militar, el mayor tacticista contemporáneo, tiene calles dedicadas en Alemania. También podemos comprobar que es rara la ciudad francesa que no tiene una calle o avenida dedicada al Mariscal Petáin, el héroe de Verdún durante la Gran Guerra (1914-1918), sí, pero también el presidente de la Francia colaboracionista de los nazis. Para hablar del caso de Italia habría que hacer un artículo aparte, pues la huella que dejó el fascismo es tan profunda que aún se conservan cientos de vestigios del Ventennio. Sólo pondré un ejemplo: es un hecho que Predappio, la pequeña localidad de la Romaña donde nació Benito Mussolini, hoy tiene como principal fuente de ingresos el turismo de peregrinación de los neofascistas italianos, que a ella acuden a visitar y guardar la tumba del Duce. Y si saltamos el Atlántico nos sobresaltamos, esta vez por la gran cantidad de calles y monumentos que existen en EEUU en honor al General Robert E. Lee, el comandante en jefe de los ejércitos confederados en la Guerra de Secesión (1861-1865). No les culpo por no dominar los callejeros de Francia, Alemania, Italia o EEUU, pero lo que no me trago es que no conozcan que en Rusia se conservan cientos de calles, monumentos y estatuas en honor de Lenin o Stalin, y que los símbolos soviéticos continúan decorando miles de edificios. ¡Si hasta la momia de Lenin está expuesta en plena Plaza Roja de Moscú!

Y de vuelta a España. Si en una democracia no debe haber calles, plazas o monumentos dedicados a golpistas, colaboradores de dictaduras, pirómanos sociales que han llamado a la revolución y a destruir la legalidad democrática -en definitiva, a la Guerra Civil-, o bien a personajes cuyo pensamiento es claramente racista y sexista, no estaría mal predicar con el ejemplo y retirar las placas callejeras, las estatuas y hasta las fundaciones culturales dedicadas a personajes como  Sabino Arana (fundador del PNV) o Francisco Largo Caballero (Presidente del PSOE y Secretario General de UGT).

Los defensores de la «memoria histórica» a menudo argumentan que la existencia de determinadas monumentos o nombres de calles supone una ofensa y una humillación para las víctimas del franquismo. No dudo que en algunos casos pueda ser así, pero no alcanzo a comprender en qué medida puede ofender a las víctimas del franquismo que existan placas que recuerden a otras víctimas que fueron asesinadas durante la Guerra Civil [13], ni en qué humilla a las victimas del franquismo que en una ciudad cualquiera de España se pueda celebrar un homenaje literario a un escritor falangista [14], o que haya una placa en un monumento que recuerda que fue reinstaurado por Francisco Franco tras haber sido destruido durante la guerra [15], o que miles de edificios conserven sus herrumbrosas placas del Ministerio de la Vivienda. ¿Tan fina es realmente la epidermis de algunas víctimas del franquismo?

Si así fuera, ellos mejor que nadie deberían entender que no es compatible con la democracia seguir dulcificando a una ideología que ha causado tantísimo sufrimiento a decenas de millones de personas en todo el mundo. Por poner un ejemplo, no es aceptable que se le sigan rindiendo honores a las Brigadas Internacionales, cuerpo de combatientes que participó en la Guerra Civil del lado frentepopulista. Sus miembros, que habían sido reclutados a través de los banderines de enganche levantados por la Komintern estalinista a lo largo y ancho de todo el mundo, eran en un 90% individuos que profesaban la fe comunista, que, como todo el mundo sabe, en los años 30 eran el súmmum de la democracia (cáptese la ironía).

En 2015 en España vivían aproximadamente unos 30.000 ciudadanos bálticos, unos 80.000 polacos, más de 150.000 búlgaros, más de 160.000 ucranianos y casi un millón de rumanos. Muchos de ellos vivieron durante decenios bajo la cruel opresión de sendas dictaduras comunistas, y si no la padecieron ellos directamente, lo hicieron sus padres o sus abuelos. No pocos sufrieron detenciones, cárcel, torturas y humillaciones, o vieron morir a familiares y amigos a manos de la tiranía de la hoz y el martillo. ¿No les preocupa a algunas «víctimas del franquismo» ofender con sus homenajes y símbolos a estos inmigrantes que han tenido que huir de la miseria en que el comunismo sumió a sus países? ¿Pueden ellos -o no- sentirse ofendidos y humillados por ver como hoy en España se homenajea y ensalza los símbolos, personajes y valores que les oprimieron durante décadas? ¿O acaso estas personas por ser inmigrantes son ciudadanos de segunda que no tienen derecho a que se recupere su «memoria histórica» y se respete su dignidad como víctimas del comunismo?

Ojalá los proyectos de «memoria histórica» concluyesen con la damnatio de «calles franquistas», pero desgraciadamente van mucho más allá. Algunos talibanes de lo «políticamente correcto» -y no son pocos- pretenden abolir o modificar algunas de nuestras festividades, tradiciones, símbolos y monumentos. La razón es que -según ellos- ofenden a determinados colectivos de personas y/o son expresiones antidemocráticas. Así, desean abolir la Fiesta de la Toma de Granada, que celebra la conquista de la ciudad por parte de los Reyes Católicos (2 de Enero de 1492) y con ello el fin de la Reconquista, porque consideran que es una fiesta racista, xenófoba e islamófoba. Igualmente, quieren derruir la estatua de Colón de Barcelona y cambiar el día de la Fiesta Nacional porque afirman que el 12 de Octubre se conmemora un genocidio (basta con salir a la calle en cualquier gran ciudad española para comprobar que ésa es una suprema falsedad). También exigen que se retire del escudo de la bandera de Aragón el cuartel con las cuatro cabezas de reyes moros, o que la Catedral de Santa María de Córdoba sea expropiada a la Iglesia Católica para destinarla a ser -según las versiones- una mezquita de culto musulmán, un templo multiconfesional o un museo laico, olvidando que la mezquita que hoy está integrada en el templo cristiano fue levantada sobre la iglesia visigoda de San Vicente. Incluso hay quien demanda la prohibición de la Fiesta de Moros y Cristianos de Alcoy por «insensible».

Pero si por «imperativo democrático» hay que cambiar todas estas cosas porque hieren la dignidad de algunas personas, otros sentimos que nuestra dignidad se ofende por otras razones, pero, en cambio, nos tenemos que aguantar porque haya símbolos o calles dedicadas a personajes que son históricamente al menos igual de nefastos. Cabe preguntarse desde cuándo el supremacismo moral es una virtud democrática, pues es un hecho que en España -como en Europa- hay víctimas de primera y de segunda categoría. No erró George Orwell al razonar que «quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado» [12].

POR UNA «MEMORIA» DIVERSA.

La sociedad posmoderna vive obsesionada con algunos prefijos lingüísticos; para que algo sea bueno ha de ser «multi», «poli», «pluri», «inter», «bi» y «pan». La sociedad ha de ser multicultural, la educación bilingüe, el individuo polifacético, el espíritu internacional, y la orientación pansexual. Todo es diverso y cuanto más diverso mejor. Todo, menos la «memoria histórica», que es uní-voca e in-contestable.

The Accolade, Edmund Blair Leighton (1901).
En esta tercera y última parte del artículo he elegido poner varios ejemplos de damnationes contemporáneas porque, por recientes, me parecen los más claros ejemplos de una práctica de «manipulación del recuerdo» y porque son los que mejor me ayudaban a hilar mi reflexión sobre la manida «memoria histórica». Pero lo que realmente motiva el (re)nacimiento de esta web va en el tiempo mucho más allá de guerras civiles -europeas o españolas-, las cuales aquí poco trataré. Mi deseo es centrarme en otras épocas más exóticas, que también hoy sufren sus respectivas damnationes retroactivas, y que, al no ser tan políticamente descaradas y al estar más alejadas en el tiempo, se me antoja que incluso son más eficaces.

Entre los «mitos y antiguallas historiográficas» de nuestro pasado, hablaré de una Iberia prerromana fundamentalmente indoeuropea; de nuestras raíces romanas; de una Spania visigótica como potencia cultural de occidente; de los mozárabes y la cruda realidad de la España medieval; de la leyenda negra como secular «delito de odio» antihispano; o de la «querida» Santa Inquisición. Pero también hablaré del verdadero cariz de la esclavitud; de la educación espartana; de los cristeros; de las fiestas romanas; de la herejía judeocristiana; de la navegación en la Antigüedad; y de la caída del Imperio Romano. Todo con mucho optimismo, pues soy consciente de que «es más fácil desintegrar un átomo, que un prejuicio» (Albert Einstein dixit).

Además de todo lo que hemos visto más arriba, damnatio también es inocular en las nuevas generaciones de europeos la «endofobia» (autoodio, odio a su propia cultura, a su propia historia) y el sentimiento de culpa por algo que nosotros no hemos hecho. No existen las culpas colectivas, ni mucho menos las culpas heredables. En definitiva, damnatio también es forzar a que un pueblo desaprenda su pasado y desconozca sus raíces, a que no se reconozca como tal; damnatio es olvidar lo que hemos sido y lo que somos, todo aquello que, en definitiva, nos hace seres y colectivos humanos singulares y libres. Sin esos «recuerdos comunes», todos los pueblos del mundo están condenados a diluirse en la etnocida tolvanera de la globalización.

Es para eso, para luchar contra la «deshumanización» del hombre posmoderno y contra una sociedad hedonista carente de valores [13] tan esenciales y presentes en otros tiempos como el honor, el valor y el heroísmo, el esfuerzo, el sacrificio y la empatía, el altruismo, la intrepidez y el idealismo, el patriotismo, la generosidad y el respeto, para evitar que la Historia la escriban los que ahorcan a los héroes, y los que presumen de haber hecho de la mentira un arma política, para eso es para lo que nace Damnatio Memoriae (DM).

Así, en DM el lector podrá encontrar artículos sobre esos aspectos «olvidados» de la Historia, sobre aquellos que popularmente siguen tesis que son académicamente insostenibles, y sobre otras hipótesis novedosas, pero también podrá encontrar curiosidades históricas, así como reflexiones de la actualidad, recomendaciones y recensiones de libros o documentales, biografías, efemérides, y noticias. No presumiré de una objetividad imposible, pero sí garantizo en los trabajos -propios o ajenos- que sean publicados, la mayor honestidad; la mayor veritas, que decían los romanos.

NOTA IMPORTANTE: este artículo fue publicado originalmente en esta misma web en septiembre de 2012. Ahora he desarrollado sensiblemente más mi reflexión, matizando y actualizando algunas ideas y agregando otras. He corregido algunos errores de sintaxis y de estilo, alguna falta de ortografía, y modificado las imágenes viejas y añadido otras nuevas, con sus respectivos pies de foto y la fuente de donde proceden.

BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA:
- BRAVO CASTAÑEDA, Gonzalo y GONZÁLEZ SALINERO, Raúl (editores): Toga y Daga. Teoría y Praxis de la política en Roma. Actas del VII Coloquio AIER. Signifer, 2010.
- CORNELIO TÁCITO: Anales. Alianza Ed., 1993.
- DIÓN CASIO: Historia Romana. 4 vols. Gredos, 2004-2011.
- FERNÁNDEZ URIEL, Pilar y VÁZQUEZ HOYS, Ana Mª: Diccionario del Mundo Antiguo. Próximo Oriente, Egipto, Grecia y Roma. Alianza Ed., 1994.
- GIARDINA, Andrea (ed.): El hombre romano. Alianza Ed., 1991.
- HEDRICK Jr, Charles W.: History and silence. Purge and rehabilitation of memory in Late Antiquity. Univ. Texas, 2000.
- LÓPEZ BARJA DE QUIROGA, Pedro y LOMAS SALMONTE, Francisco J.: Historia de Roma. Akal, 2004.
- ORWELL, George: 1984. Destino, 1997.
- RIEFF, David: Contra la memoria. Debate, 2012.
- SUETONIO: Vida de los Césares. Cátedra, 2000. 
-VARNER, Eric R.: Mutilation and transformation. Damnatio memoriae and Roman Imperial Portraiture. Monumenta graeca et romana X. Brill, 2004.
- VVAA: Historia Augusta. Akal, 1989.


[1] Recientemente publicado en España (RIEFF, David: Contra la memoria. Debate, 2012), pero original de 2009.
[2] https://cerosetenta.uniandes.edu.co/contra-la-memoria-david-rieff/
[3] SANTAYANA, George: «La razón en el sentido común» en La Vida de la Razón. 1905.
[4] FREEDBERG, David: “Damnatio Memoriae: Why mobs pull down statues” en The Wall Street Journal del 16 de Abril de 2003. (http://www.columbia.edu/cu/arthistory/faculty/Freedberg/Damnatio-Memoriae.pdf).
[5] GORDON, Sarah E.: “Erasing the face of History” en The New York Times del 15 de Mayo de 2011.
[8] BAEZ, Fernando: “La condena de la memoria en ’El hombre no mediático que leía a Peter Handke’” en Tercera Información del 8 de Abril de 2012. (http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article35881).
[10] http://www.nytimes.com/books/98/11/22/specials/ambrose-atrocities.html
[11] http://www.infomajadahonda.com/cgi-bin/contenidos_publico.cgi?runmode=noticiacompleta&IdINFOMUNICIPIO=3&id_categoria=&id_contenido=19116 
[12] https://www.youtube.com/watch?v=WTxiPyT5rus
[13] http://www.lainformacion.com/espana/la-historia-de-los-8-carmelitas-fusilados-cuya-placa-retiro-carmena-por-error_RONbFlxqE8mLCRE7SnzfK3/
[14] http://sevilla.abc.es/20091210/sevilla-sevilla-sevilla/montano-veto-foxa-falangista-20091210.html
[15] http://www.elespanol.com/espana/20160406/115238796_0.html
[16] ORWELL, George: 1984. Ed. Destino. Aunque existen multitud de ediciones en castellano.

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