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Libros ardiendo, ¿cosa del pasado? |
Si en la primera parte de este artículo expliqué cómo en la Antigüedad la
damnatio memoriae suponía una sentencia judicial
post mortem y una institucionalización del olvido como
forma de castigo individual, en esta segunda voy a demostrar cómo las
damnationes perviven en el mundo moderno, tanto a través de la
codificación legal de una parte del «discurso histórico», como de la
proscripción mediática -o académica- de ciertas tesis que el «sistema» considera que pueden llegar a ser perturbadoras para sus intereses. Y es que hoy el oficio de historiador, como en despóticos tiempos, sigue sufriendo las injerencias de una parte del poder político (y mediático) para imponer una «neohistoria» oficial e indubitable, plagada de olvidos voluntarios y supinas falsedades, que pretende dictar qué y cómo debe ser recordado, y qué, por el contrario, ha de ser borrado de la «memoria colectiva».
Pero eso no es todo. Más allá de las intromisiones «prototiránicas», la Historia también ha de enfrentarse tanto a aquellos que la desdeñan -al igual que al resto de las Humanidades- por su limitada practicidad económica, como a aquellos que le niegan su funcionalidad socio-cultural y, en aras de una paz universal y de una «adecuación del sistema educativo al mercado laboral», abogan -unos de forma explícita, otros de manera más sutil- por promover entre los pueblos la pérdida voluntaria de la conciencia de su pasado común, y por la eliminación de las historias nacionales de los planes de estudio.