domingo, 30 de octubre de 2011

AGOGÉ, LA EDUCACIÓN ESPARTANA (III)

LA EDUCACIÓN ESPARTANA DURANTE LA ÉPOCA CLÁSICA (siglos V-IV a.C.).


Tradicionalmente la historiografía moderna ha defendido que la educación espartana de época clásica (siglos V y IV a.C.) no sólo se mantuvo incólume durante los momentos de gloria del Estado laconio -las Guerras Médicas y la Guerra del Peloponeso- sino que, iniciada ya su decadencia en época helenística y posteriormente bajo la dominación romana, en una huída hacia adelante sin mucho sentido político, víctima de su propio mito, Esparta exageró aún más sus autárquicas y deformadoras características totalitarias. A medida que el Estado espartano cedía en su poder y su sistema perdía eficiencia, éste, en cambio, acentuaba sus exigencias totalitarias, pero ya no tanto como un reflejo natural del pasado esplendor, sino como una deformación arcaizante de la realidad histórica, como una caricatura de sí misma. Esparta estaba orgullosa de su pasado y presumía de que su ordenamiento político había permitido que el Estado se mantuviera en orden, lejos de las confrontaciones civiles que afectaron al resto de poleis griegas, y evitado la Tiranía. Sin embargo, hay autores que defienden que la agogé, como otras instituciones espartanas, se conservó durante siglos gracias a su adecuación a los tiempos, aunque de forma contradictoria los propios espartanos de época helenística y romana habrían sido los responsables de explicar su conservación como un retorno a la tradición. Como fuere, parece claro que la agogé sí debió de sufrir repetidas transformaciones y adecuaciones. 


La agogé es un sistema del que sólo estaban exentos los herederos al trono de la monarquía dual espartana, los hijos de las dos dinastías reales -Agíadas y Euripóntidas-, pues ellos estaban destinados a mandar, no a obedecer. Todos los demás varones libres u homoioi (ομοιοι, los “semejantes” o los “iguales”) estaban obligados a someterse al mismo, pues era condición indispensable para convertirse en ciudadano espartano de pleno derecho y, con ello, poder participar en la toma de decisiones políticas, tanto a través de la asamblea popular de guerreros (Apella, ἀπελλά), como de las magistraturas (éforos, εφορος, “supervisores”) y finalmente del consejo de ancianos (Gerusía, γερουσία). No obstante, otros grupos que no eran plenamente ciudadanos, como los móthaces (μόθακες, hijos bastardos o mestizos nacidos de la unión entre espartiata e hilota) y los trophímoi (τρόφιμοι, hijos de extranjeros), tuvieron cierto acceso a la agogé. Evidentemente, ni periecos, ni hilotas puros, fuese cual fuese su discutido estatus (socios, esclavos, servidores,...) jamás tomaron parte de este modelo educativo.
El Estado espartano siempre mantuvo una férrea política de eugenesia con los hijos de sus ciudadanos, lo que, según autores modernos, en cambio, no debería servirnos para explicar el escaso crecimiento demográfico que le reconocen las fuentes a Esparta, pues éste era un método de control de la natalidad bastante extendido entre otras poleis griegas que sabemos estaban mucho más pobladas y que, en cambio, sí llegaron a tener grandes problemas demográficos. El caso es que, a diferencia de otras comunidades griegas donde tal disposición era responsabilidad del padre de familia, nada más nacer el bebé espartano debía superar la primera prueba de supervivencia. Era entregado a la Comisión de Ancianos de la Lesche (ancianos de cada una de las cinco tribus en que se dividía la población espartiata), quienes estimaban si el pequeño era lo suficientemente bello, robusto y estaba bien formado para sobrevivir y aspirar a ser ciudadano; de lo contrario, era condenado a morir siendo arrojado al Apotetas (“dépositos”), una sima al pie del monte Taigeto. Si superaba la revisión el neonato era entregado a su familia hasta que cumpliera los siete años, cumpliéndose así el periodo de crianza, propiamente dicho, o anatrophé (ἀνατροφή).
Pero ya en este periodo de educación doméstica la severidad y la disciplina estaban omnipresentes, y es clásico el dato que recuerda que los niños espartanos eran bañados en vino, tanto para probar su buena salud, como para aprovechar las propiedades desinfectantes del alcohol. Es interesante apuntar que precisamente las mujeres laconias (periecas e hilotas, claro está, nunca las espartiatas) eran internacionalmente reconocidas como las mejores y más eficientes nodrizas de Grecia y las más cotizadas en los mercados del Egeo.
Al cumplir los siete años el niño era entregado al Estado para iniciar el auténtico periodo de formación y socialización, que duraba hasta que cumplía los veinte, pasando entonces a ser ciudadano de pleno derecho. La agogé, por lo tanto, tendría una duración de 13 años, y quedaba dividida en tres ciclos:
§   Primer Ciclo (cuatro años de Primaria), de los 8 a los 11 años:
-                1er año (de significado desconocido),
-                2º año (párvulo),
-                3er año (infante),
-                4º año (mocito).
En estos cuatro años los niños (paîdes) no terminan de abandonar totalmente la casa paterna, sino que, aunque eran incluidos en una comunidad de jóvenes con los que convivían intermitentemente en barracones, se cree que seguían manteniendo contacto con sus padres prácticamente a diario. En esas comunidades los niños eran divididos en agélai [1] (“rebaños”) o escuadrones, que, a su vez, se dividían en compañías o bouai y éstas en secciones o ilai. Cada joven solía además tener a algún joven hilota a su servicio, cual escudero.
En este periodo su educación se centraba en juegos y ejercicios físicos que comenzaran a formar y fortalecer su cuerpo. Tanto es así que cada diez días un grupo de éforos examinaba la buena forma física de los jóvenes, ridiculizando en público a todos aquellos con exceso de peso o a los que parecieran afeminados. No obstante, el eje central de esta “educación primaria” giraba sobre todo en adiestrar a los jóvenes en la obediencia y respeto a la jerarquía existente, así como en el dominio de sus emociones. Sin embargo, al igual que los de otras poleis griegas como Atenas, los niños espartanos también recibían una educación intelectual: aprendían a leer y escribir, aprendían aritmética elemental, así como algo de música, danza y poesía.
§   Segundo Ciclo (cuatro años de Pubertad), de los 12 a los 15 años:
-                1er año (chico de 1º)
-                2º año (chico de 2º)
-                3er año (futuro eirén)
-                4º año (futuro eirén de 2º).

A los doce años el niño pasaba a ser considerado un paîs, y abandonaba definitivamente la casa de sus padres para ingresar en un internado-cuartel, del cual no se marchará del todo hasta los treinta años, después incluso de haber acabado la formación en la agogé, y ni tan siquiera tras casarse después de los veinte. En este internado eran encuadrados en ílai (“compañías”), divididas por grupos de edad. Cada una de estas compañías recibía un nombre específico, y el paso de una a otra era celebrado con pruebas rituales. Es por esto que no podemos entender la agogé simplemente como un rescoldo de antiguas prácticas anacrónicas, sino como una regulación sistemática de un periodo de marginación temporal  y de aculturación para los jóvenes, del que poco a poco irían emergiendo hasta integrarse plenamente en la vida comunitaria.
Allí era sometido a una educación paulatinamente más severa, que consistía en una especie de instrucción premilitar. El principal objetivo de este periodo educativo era estimular al joven para que pretendiese la excelencia (philotimía), en su búsqueda de la virtud. En esa misma línea se pretendía desarrollar en el joven la resistencia al sufrimiento, al frío y al calor, al hambre y a la sed. Se evitaba cualquier muestra pública de opulencia (tryphé), y para ello se sometía a los púberes a un austera conducta en todos los aspectos de su vida diaria: se le rapaba la cabeza, no se le proporcionaba calzado, de vestimenta tan sólo disponían de un áspero manto (tríbon) tanto para invierno como para verano, debía dormir sobre una cama construida por él mismo con cañas (stibádes) extraídas del Eurotas,.... Asimismo, la comida (díaita) que recibían era tan frugal que el joven se veía empujado a robar para completar su alimentación, lo que se ha interpretado como un radical método para avivar la inteligencia y el ingenio del joven y enseñarle a sobrevivir en situaciones extremas.
Por todo esto en el programa educativo seguía destacando la educación física, a la que se sumaban los primeros grados de instrucción militar: práctica de esgrima, lanzamiento de jabalina, maniobras en formaciones compactas de infantería -tan fundamentales en la lucha hoplítica-,.... Se incentivaba al máximo el espíritu combativo de los niños a través de duras competiciones rituales entre bandos en las llamadas platanistas –luchas nocturnas por grupos en las que también tenían que dar muerte a un jabalí y que estaban acompañadas con sacrificios al dios Enyalio, dios de la guerra espartano, para algunos de posible origen micénico- así como a diferentes ritos en el santuario de Orthia.
En cambio, poco a poco la lectura y la escritura iban siendo arrinconadas, y tan sólo se prestaba notable atención a la danza, la música y la poesía, por las aplicaciones religiosas y militares que éstas presentaban. De las obras líricas, sin embargo, siguieron destacando las elegías de Tirteo, utilizadas por sus contenidos (la Segunda Guerra Mesenia) como auténticos himnos de marcha, y acompañados de una especie de música militar.
§   Tercer Ciclo (cinco años de Efebía), de los 16 a los 20 años:
-                     1er año (eirén de 1º o sideínas),
-                     2º año (eirén de 2º año),
-                     3er año (eirén de 3º triteirén),
-                     4º año (eirén de 4º año),
-                     5º año (peoteiras o jefe de eirenes).

En este último ciclo el adolescente o paidískos pasaba a ser considerado un eirén, el grado máximo en la escala de formación militar espartana, lo que le convertía, a su vez, en auténtico instructor y mentor de los reclutas más jóvenes recién incorporados.
Era un periodo en el que la educación se centraba, por un lado, en completar y pulir las técnicas de combate hoplítico, y, por otro, en la formación definitiva del carácter del educando, que debía asimilar plenamente el ideal de patriotismo laconio, en el que todo se tenía que sacrificar en pro de los intereses comunes/nacionales, incluso, llegado el caso, la propia vida, pues la única forma de bien posible para un espartano radicaba en la defensa del interés general de la ciudad. Para ello se llevaba al extremo el desarrollo del sentido comunitario y se desdeñaba el beneficio y la gloria personal. Igualmente, es ahora cuando los jóvenes entraban en contacto con las instituciones y conocían los pormenores del funcionamiento del Estado espartano.
Antes de concluir este último ciclo, el paidískos debía superar el último ritual de paso a la comunidad cívica, el ritual de la flagelación en el santuario de Ártemis Orthia, cuyo sentido preciso se nos escapa, pero durante el cual algunos jóvenes llegaban a morir. Probablemente fuese un ritual con un recóndito simbolismo de “lazos de sangre” de los dioses con los hombres, o bien un rito sustitutorio de antiguos sacrificios humanos; la muerte ritual de los jóvenes simbolizaría el fin de una etapa, y su renacimiento significaría su integración plena en la vida ciudadana. El joven que más latigazos aguantase recibía el honor de que se le erigiera una estatua en un lugar destacado de la akrópolis espartana.
La educación de los niños era confiada desde el principio a un instructor o paidonomós, el cuál era ayudado en sus tareas por unos jóvenes provistos de látigos (mastigophóroi). No obstante, el alumno estaba obligado a obedecer a todos aquellos compañeros mayores que él, en especial a los “eirenes”, que eran fundamentales en el proceso educativo de los más pequeños, así como a todos los ciudadanos adultos que se cruzasen en su vida.
Esta convivencia entre hombres en una fraternidad aristocrático-militar, con la exclusión material de las mujeres, y la exaltación de los típicos valores varoniles, ha generado un mito historiográfico según el cual el método pedagógico de la agogé se basaba en la aceptación de una pederastia ritualizada. No me parece serio que una parte de la historiografía moderna se haya dejado seducir por los talibanes del arco iris, por los mismos que se empeñan sin fundamento histórico en afirmar que Julio César era gay, o que Hitler y Kubizek fueron amantes. Parece evidente que el amor viril espartano no residiera tanto en las prácticas homosexuales plenas (lo que no supone negar absolutamente su existencia), como en un ideal misógino de virilidad total que tendría un carácter iniciatorio en las costumbres sociales y en la escala de valores vigente. Probablemente, a partir del segundo ciclo educativo determinados aspectos de la educación de los más pequeños eran encomendados individualmente a un alumno de mayor edad (de tercer ciclo). En esta relación podría surgir, por un lado, el deseo de seducir y de afirmarse del eirén - o erasta (vigilante)- sobre su pupilo (eromeno), y, por otro, el sentimiento de admiración y el deseo de imitación conductual de éste sobre aquél, que representaba la imagen del héroe y que era reflejo de la ansiada areté. Lo más probable es que esta relación tuviera un objetivo fundamentalmente pedagógico y no tan sexual como en ocasiones han mantenido algunas fuentes más interesadas en difamar que en describir el universo lacedemonio. Es curioso que, a diferencia de lo ocurrido con otras ciudades griegas, en Esparta la arqueología no haya recuperado ni una sola pintura cerámica que recoja un acto homosexual. Por otro lado, la alta consideración de las mujeres espartanas parece totalmente incompatible con una sociedad en la que la mayoría de los varones hubiesen sido víctimas de abusos sexuales. Finalmente, parece poco probable que la homosexualidad fuese algo generalizado, ni mucho menos algo promovido por el propio Estado, pues un niño víctima de actos de pederastia tiene muchas posibilidades de convertirse en un misógino integral, y en un incapacitado para en el futuro cumplir con la función más importante de todo ciudadano de Esparta: engendrar su propia progenie. En esta línea, hay que recordar que todo espartano que no tuviera hijos corría el riesgo de ver disminuido su status social, de ser apartado de la vida civil y política, pasando a ser considerado algo mucho peor que un ciudadano de segunda.
Lo que sí es cierto es que este modelo educativo de una separación de sexos tan estricta provocó que las relaciones entre hombres y mujeres no fuesen igual en Esparta que en el resto de la Hélade. Tal es así, que el joven espartano solía casarse a una edad más tardía; sobre los treinta años el varón –por los veinte del resto de Grecia- y sobre los veinte la mujer –por los catorce de las otras griegas-. El matrimonio espartano era un reflejo arcaizante de un ritual de rapto, en el que a la mujer, tras ser secuestrada, se le cortaba el pelo al cero y se la vestía como a un varón, para evitar que el marido sufriese un impacto visual y psicológico demasiado duro al entrar en contacto por vez primera con una hembra. Algunos autores creen que el que la homosexualidad femenina estuviera tan extendida entre las mujeres espartanas, y el hecho de que la mayoría de ellas llegasen vírgenes al matrimonio, son dos reflejos de que las relaciones heterosexuales durante la adolescencia eran muy infrecuentes. Es más, incluso después de casado, el hombre espartano continuaba durante un tiempo viviendo con sus camaradas y sólo ocasionalmente acudía a su hogar para mantener relaciones sexuales, ya que la institución del matrimonio en Esparta tenía una importancia muy relativa; lo importante era que la pareja proporcionara al Estado unos niños sanos y robustos.
Cumplido el tercer ciclo de formación, a los veinte años (hebontes), el joven se convertía en soldado de primera fila y podía ingresar, si se le admitía, en las “asociaciones de hombres hechos” (sphaireis), normalmente asociaciones de carácter deportivo. Asimismo, podía acudir a las comidas en común o syssitía organizadas por las fraternidades militares espartanas (lochoi), y podía dejarse el cabello largo. Sin embargo, su definitiva integración plena en el cuerpo de ciudadanos no se alcanzaba hasta los treinta años. Desde entonces se incorpora definitivamente al ejército (en el que permanecerá hasta los sesenta años) y en las asambleas ciudadanas. No obstante, aun habiendo superado la agogé, si el aspirante no era admitido en estas organizaciones por parte de los miembros más veteranos, éste quedaba literalmente excluido de la vida ciudadana en todos los aspectos.

Durante estos diez años de prorroga –de los 20 a los 30- algunos de estos hebontes, los trescientos más cualificados, seleccionados por los comandantes (hypagretas) ponían en práctica todo lo aprendido durante la agogé participando en las actividades de la krypteía, otra de esas misteriosas instituciones espartanas aparentemente sin paralelos entre los demás estados griegos. Sin embargo, en este caso la historiografía ha encontrado numerosas semejanzas con las guardias de fronteras (perípoloi) y las policías rurales (orophýlakes) detectadas en varias decenas de poleis griegas. Lo que hace a la krypteía singular es que en ella suelen participar los más jóvenes miembros de la elite militar, así como su carácter ritual. Su reglamentación también se debe a Licurgo, pero su origen parece ser mucho más antiguo. Su forma definitiva debió surgir tras las revueltas de hilotas, la llamada por otros Tercera Guerra Mesenia, del año 464 a.C.. Sus jóvenes miembros (criptos) formaban una especie de fuerzas especiales que debían permanecer ocultos durante el día –de ahí el carácter de policía secreta que en ocasiones se les ha otorgado- pues, de lo contrario, podían ser sancionados. Durante todo un año, armados con tan sólo un puñal y vestidos con una única túnica, vagaban por los montes laconios y mesenios, robando para alimentarse e intentando descubrir a hilotas a los que dar muerte. Sin embargo, no parece claro que esto supusiese una “caza al hombre” indiscriminada, sino que más bien debía ser un modo de controlar numérica e ideológicamente a los hilotas, para prevenir futuras revueltas de esclavos a base de eliminar a aquéllos elementos sospechosos de poder liderarlas. La krypteía era, en definitiva, una dura prueba que prolongaba la agogé y que estaba cargada de un claro simbolismo ritual iniciático.
A los treinta años, el maduro espartano ya volvía a su propio hogar a dedicarse a sus hijos y a su mujer.
[...]


[1] Este término, como sucede con el de agogé y otros, podría ser reflejo de que este tipo de educación tiene sus orígenes en una sociedad pastoril seminómada, como fue la de los dorios.

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